La reciente conmoción es que los Estados se espían. Es una práctica antigua. Al menos va pareja a la pretensión del monopolio del poder. Con los Estados, nacieron las Agencias de Inteligencia. Ahora se me escapa el escándalo. En los aledaños de casa, la de un modesto servidor público, se instalaron escuchas. Siguieron mis reuniones, encuentros, salidas y conversaciones con amistades. Siempre supuse que era para, en su caso, chantajearme. No fui, para su disgusto, lo suficientemente importante. Ahora quiero que publiquen no la existencia de espías, sino sus conclusiones. Me temo que las conversaciones grabadas no pasan de asuntos de cartera y/o bragueta. Mejor el cine.
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